Contanos, ¿por qué te parece importante la actividad de extensión universitaria?
Me parece importante porque señala, marca, revisa, reformula la función, el papel y el rol social que tiene la universidad. Y en el caso de los universitarios de las universidades latinoamericanas es la oportunidad de recuperar, justamente, el sentido de esas universidades tanto en sus fundamentos como en sus raíces. Pero no en un sentido de conservación quieta, si no de recuperar el proceso histórico de resistencia, del movimiento de una institución que se repiensa y que de alguna manera, también, tiene capacidad de cambio, de refundarse y de generar instituyentes en términos de poder mirar la realidad social, el contexto social y la realidad histórica y política. Y el impacto que eso tiene en los procesos de formación de los estudiantes, de los docentes y en relación a la capacidad de transformación me parece que hace sustantivo que pensemos en la instancia de extensión.
¿Qué son las actividades de extensión?
Es un proceso pedagógico revitalizador y absolutamente imprescindible para pensar esa función de la universidad. También es la posibilidad de generar permanentemente oportunidades de que la vida social tensione la vida académica. Porque a veces esa vida se aquieta un poco por la etimología del claustro. Entonces, implica salir de la zona de confort. Supone construir con otros los problemas sociales y en la medida que co-construimos los problemas sociales, nos nutrimos y aprendemos. Es una instancia que forma universitarios comprometidos con pensar y comprender la realidad. La extensión es un proceso pedagógico que nos ayuda a eso. Genera un diálogo de saberes y la posibilidad de comunicar, compartir e interpelarse. Y genera una zona de producción de saber que deja de ser académico y que deja de ser saber popular.
¿Eso significa ser un diálogo de saberes?
Sí. Básicamente se entiende que un diálogo de saberes tiene que ver con la coproducción de un saber distinto que se da en este entrelazamiento que no necesariamente es romántico ni idílico, sino que también es conflictivo y que tiene que ver con la discrepancia y la disputa. Porque el diálogo de saberes es la dimensión analítica, reflexiva y de acción que más interpela nuestro ejercicio y nuestras relaciones de poder en términos de un saber que, a veces, quiere someter o dominar otros tipos de saberes.
¿Las prácticas socioeducativas podrían ser la respuesta ante la confusión que se genera entre voluntariados y extensión?
Creo que todo tipo de pensamiento y de estrategia educativa que intente descolocar aquellas acciones, que de alguna manera quedan al margen de lo que es realmente pensar el proceso pedagógico, es importante y son estrategias fundamentales. Pero en este caso, la ordenanza 7 de febrero de 2016, que está en pleno proceso de instrumentación y de familiarización con algo que es novedoso, es maravilloso porque ayuda a visualizar todas las construcciones hechas y poner en línea de tiempo todos los antecedentes, el proceso y el esfuerzo de mucha gente de pensar, de hacer y de aprender haciendo. Y porque, en definitiva, esto no es decir que no ni al voluntariado ni a las pasantías extracurriculares u otro tipo de acciones y prácticas. Si no que le decimos que sí a las prácticas institucionales universitarias porque en ellas tenemos que nutrirnos como proceso de aprendizaje. Y eso vale tanto para estudiantes como para docentes.