El 24 de marzo de 1976 es una fecha que marcó a fuego la memoria de muchísimos argentinos y a 45 años de la última dictadura militar las heridas continúan abiertas, las memorias activas y los sentimientos buscan explicaciones, tratan alcanzar alguna certeza luego de tanta muerte y horror. En busca de desandar ese camino, el reconocido referente de los derechos humanos, Ernesto Espeche, escribió Treinta y nueve metros, novela que presentará el 31 de marzo, a las 16, en el aula magna de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Lo acompañarán en ese acto Patricia Slukich, Ivana Ilardo, Sacha Barrera Oro y Juan López.
Ernesto nació en Mendoza el 19 de noviembre de 1973. Es Licenciado en Comunicación Social, egresado de la FCPyS-UNCuyo y Doctor en Ciencias de la Comunicación por la Universidad La Plata. Es docente titular en esta unidad académica y también es miembro activo del Movimiento de Derechos Humanos desde hace muchos años.
A lo largo de su carrera este experimentado comunicador realizó diferentes producciones ligadas a la comunicación y los derechos humanos, entre ellos dos ensayos de carácter académico, Aportes para la batalla cultural, publicado en Bitácora en 2016, y El mito de las dos demonios, publicado por EDIUNC en 2018.
Para contextualizar cómo sucedieron los hechos y el porqué de la necesidad de escribir sobre estas temáticas, es necesario retomar algunos datos puntuales. Su padre, Rafael Espeche, fue desaparecido en abril de 1976 y su madre, Mercedes Vega, el 7 de junio 1976, ambos médicos, militantes PRT-ERP. Ernesto era apenas un niño de dos años y su hermano Mariano tenía un año cuando se perpetraron estos hechos.
En el 2014, el Equipo Argentino de Antropología Forense notifica el hallazgo e identificación de los restos de Rafael, en el Pozo de Vargas, lugar de enterramiento clandestino, en San Miguel de Tucumán, donde además se identificaron más de cien cuerpos. Al lugar, Espeche asistió junto a su familia para realizar la identificación. En cuanto a su madre, aún continúa desparecida y continua su búsqueda.
Con todo este bagaje personal, surge la posibilidad de un tercer trabajo: la novela Treinta y nueve metros, publicada en Paraíso Ediciones, donde se narra de manera simbólica el proceso de búsqueda y encuentro de su padre, en el descenso al pozo donde fue enterrado y encontrado luego de varios años.
En cuanto al género elegido para expresar tantos sentimientos, Ernesto explica: “Desde la crónica, el ensayo o desde el texto académico no tenía elementos como para poder dar cuenta de eso. La novela pudo encontrar ese lenguaje y registro necesario para contar, no solo el descenso, sino también lo que nos pasa a quienes hemos buscado y seguimos buscando a los cuerpos de nuestros desaparecidos, quienes los sufrimos aun en democracia”.
Esta obra, asegura su autor, da cuenta de lo que sucede cuando se logra encontrar los restos de los desaparecidos, cuál es el efecto que esto produce en la memoria de quienes viven día a día con estas ausencias. Para Ernesto esto significó el proceso de poder tomar contacto con el lugar donde estuvo su padre.
El pozo es un abismo, un vacío donde está la nada misma y a su vez, paradójicamente, la posibilidad del reencuentro. El protagonista de la obra logra el contacto con aquella persona con la cual hay una relación pendiente, que no pudo ser, y es en ese preciso instante, en el descenso, donde surgen dos posibilidades: la de volver al mundo del presente o quedar anclado en ese pozo, en un abrazo tan necesario y anhelado que solo allí podría ser posible.
Es una novela que busca hablar sobre las memorias y las ausencias, de qué manera las viven quienes lidian con ellas y cómo a la vez sirven de incentivo para una lucha que debe mantenerse vigente para garantizar la democracia.
Reconstruir y recordar desde la ausencia
Fue algo complejo poder forjar lazos desde una amnesia obligada. Espeche considera que su infancia, su posibilidad de ser hijo, fue arrebatada el día que desparecieron a su seres amados. “El vínculo de un niño con sus padres es el mundo entero, la madre y el padre son prácticamente su mundo”, sentencia Espeche.
Tuvo que suplir esa ausencia, convivir con el vacío y la certeza de que no hubo experiencia, recuerdos ni anécdotas. “No tuve ni tengo la posibilidad de recordar nada en concreto”, dice y con esta seguridad comenta que desde la inventiva se vio en la posición de crear sus propios recuerdos, historias y sentimientos respecto a su madre y padre, los tuvo que inventar casi por completo. Esto, a partir de los retazos de memorias acotadas y parciales, de amigos, compañeros, gentes que aportaron a la construcción de la imagen de esas personas tan importantes para él. Esta es una tarea compleja, reconstruir identidades cuando la ausencia y el olvido está de por medio. “Es un rompecabezas imposible, inacabado, siempre caótico”, analiza Ernesto.
La existencia de un vínculo, algo prácticamente imposible, fue tarea de la ficción: “Me hago un espacio para eso porque es necesario y porque lo necesito. Como hijo que no pudo serlo lo necesito, para pensarme también como padre al cual su condición de hijo le fue arrebatada”.
La memoria como base para una sociedad mejor
El escritor realiza una fuerte valoración del recurso de la memoria como praxis activa y dinámica, un proceso que se hace y moldea todos los días. Los organismos de derechos humanos han realizado una tarea colosal para mantener vivía la memoria colectiva. "La memoria es el arte que nos enseña a sobrevivir al horror”, resalta Ernesto.
Desde el retorno a la democracia hasta nuestros días es un hecho la contraofensiva de discursos negacionistas que buscan banalizar y deslegitimar los acontecimientos y la lucha de las organizaciones de derechos humanos a lo largo de la historia. “El pasado es presente para nosotros, a nadie le gusta quedarse en el pasado, lo que pasa es que para nosotros ese horror es presente continuo. Se repite al no estar los cuerpos”, sentencia el entrevistado.
“La memoria es en sí misma un acto de comunicación y esta, junto con la verdad y la justicia, serán los pilares fundamentales para sostener nuestro pacto fundacional de la democracia”, finaliza Ernesto.