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El adiós a Alcira Argumedo

En este sentido texto de despedida, el profesor Roberto Follari resalta los valores humanos y académicos de la recientemente fallecida socióloga, investigadora, política y docente que también dejó su impronta en la Maestría de Estudios Latinoamericanos de la FCPyS. Un repaso por la vida de una personalidad irrepetible.

18 de mayo de 2021, 12:11. Por: Roberto Follari.

imagen El adiós a Alcira Argumedo

Alcira Susana Argumedo (Rosario, Santa Fe, 7 de mayo de 1940-Buenos Aires, 2 de mayo de 2021).

Alcira Argumedo fue la primera docente de nuestra Maestría en Estudios Latinoamericanos: su trayectoria bien lo justificaba. E hizo honor a aquella circunstancia, casi quince años atrás: su conferencia inicial y sus clases fueron un éxito aluvional, produjeron un entusiasmo que arrastró consigo al posgrado, dotándolo de un muy augural carisma.

Con su voz cascada, fruto de inseparables cigarrillos, mostró aquellos días una proverbial sencillez, no pidiendo otra cosa que comer en algún sitio cualquiera, sin estridencia, sin oropeles de restaurante. Nunca la encandilaron las luces de la academia. Hija de un niño bien en Rosario, de niñez y adolescencia acomodadas, le gustaron la natación y montar a caballo.

Por alguna casualidad debió mudarse a Buenos Aires, y allí realizó la carrera de Sociología. A los 25 años ya tenía el título: un viaje aventurero por Bolivia, Perú y el sur de Ecuador, fue quizá el inicio de la fuerte transformación en sus intereses y motivos. Allí, en aquellos años turbulentos en que se erguía la dictadura que fue de Onganía hasta Lanusse, el movimiento de resistencia social creciente y las lecturas universitarias la fueron derivando al peronismo.

Desde entonces se perfiló su identidad nacional/popular, alejada del marxismo. Entendió a éste como eurocéntrico y economicista: lo dejó plasmado en una recordable revista de entonces, como era “Envido”. Con un joven que se llamaba Horacio González y desplegaba un lenguaje oracular, con un más experimentado Conrado Eggers Lan, con aquel Roberto Carri secuestrado y desaparecido por la dictadura posterior, inició ese experimento de época que fueron las “cátedras nacionales”.

En un espacio como el de la Sociología, monopolizado entonces por el funcionalismo estadounidense, aquello era un gesto de pasmosa transgresión. Luego vinieron el horror, la persecución, el exilio. Se trasladó a México, donde estudió los procesos comunicacionales a nivel regional y global, y le tocó colaborar con Gabriel García Márquez.

Sufrió la dramática muerte de su compañero, le tocaron vivencias especialmente duras, dentro de la dureza silenciosa y permanente que alberga todo exilio. Como a cualquier argentino o argentina que pasó por México, la experiencia transformó en mucho su identidad como latinoamericana. Allí el mundo vivo de los indígenas y el de su esplendoroso pasado se muestran intensos y vigentes, y no puede dejar de advertirse que Argentina es una excepción étnico/cultural en el subcontinente. Excepción que, ciertamente, sólo cabe asumirse en ese destino común que nos toca como espacio de Benito Juárez, de San Martín y de Bolívar.

Retornó, hizo su doctorado, colaboró con Pino Solanas –muerto también recientementeen algunos de sus proyectos cinematográficos, como lo había hecho antes del exilio en la difusión clandestina de “La hora de los hornos”. También incursionó con él en los inicios del Frente Grande, en los años 90, contra el neoliberalismo de Menem. Y lo hizo hacia finales de la década inicial de este siglo a través de Proyecto Sur, con el cual llegó al cargo de diputada nacional, que sostuvo por dos periodos, hasta finales de 2017.

La hija de Carri, Albertina, ha hecho una entrañable semblanza de Alcira: esa de un latinoamericanismo insobornable, de la crítica frontal hacia Macri y sus negociados, la que contribuyó a conformar el Frente de Todos para ganar la elección presidencial del año 2019, y así desplazar a la derecha. Pero, sobre todo, la que compartía el café, la que sostenía el afecto, la que tenía la palabra amable, la que escuchaba y comprendía. Estarás en nosotros.

En la memoria de nuestro posgrado como en tantas otras, en la de aquella generación a la vez gloriosa y golpeada, enorme y destrozada. La de Los Beatles y Serrat, como dijiste. La que descubrió en el sueño de la justicia social, la redención a los males que el mundo exhibe sin tapujos. La de la voz grave y el andar cansino, que se encendía cuando se trataba de invocar al pueblo y a la memoria de las luchas colectivas.

En el momento de la despedida, dentro de esta pandemia que tantas pérdidas humanas conlleva, vaya nuestra memoria compartida. Y la seguridad de que aquí ha quedado presente, sembrado tu legado.

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